El maestro Hilario

De estatura media, piel morena y bigote recortado, el maestro Hilario era la fiel estampa del mexicano. Siempre sonriente, sus ropas denotaban las arduas labores de su oficio: carpintero. Su cabello negro y abundante, sus ojos grandes y profundos, sus manos callosas... ¡Vaya! Hasta tenía esposa y dos hijos -niño y niña-, para completar el estereotipo.

A Hilario lo conocí cuando trabajé con mi papá; ayudándole eventualmente en una tlapalería (en aquel entonces, cursaba la carrera de diseño gráfico, y era muy curioso que pudiera poner en práctica mis conocimientos de teoría de color para mezclar las pinturas que ahí se vendían). Aunque casi no platicábamos, éramos buenos amigos. Sobre todo, porque siempre tenía a mano un consejo sincero, o alguna reflexión acerca de la vida y sus avatares.

Un día, se dió la oportunidad de conversar más allá de lo trivial para tocar el tema de la política, y aquél hombre sencillo me dió una lección de cuán hondo debiera ser nuestro conocimiento de los candidatos a puestos de elección popular. El maestro Hilario había conocido en persona a Ernesto Zedillo, entonces presidente de México, cuando este último era secretario de educación pública. ¿Su impresión? Zedillo era un perfeccionista insufrible, un ogro que, apenas llegaba al edificio de la secretaría, pedía que cesaran los ruidos del entorno. ¿Y cómo pedirle esto a un carpintero que trabaja la materia al ritmo del martillo y el serrucho? Como sea, aquél era un testimonio fiable, un retrato concreto del presidente cuya imagen para muchos era el Niño Diez (por la excelencia académica que lo llevó a cursar un doctorado en universidad extranjera), y para otros, el nefando y gris político causante del "Error de Diciembre", conocido en el ámbito internacional como el "Efecto Tequila".

Para el maestro Hilario, Zedillo era, fuera de todo discurso o análisis, una persona con un serio problema de carácter, y no había nada más que agregar. Hoy, leyendo el ensayo "AMLO: autorretrato de un retrato", del periodista Carlos Ramírez, recuerdo aquella plática, donde una persona honesta y humilde, daba testimonio de otra persona de carne y hueso, y a la sazón, político. Gracias, Hilario.

Comentarios

  1. ¡hola, Beto! Me da gusto que hayas dado con el blog y que te agrade. Ya vi el tuyo y, la verdad, promete bastantes cosas. ¡ánimo!

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